sábado, 24 de enero de 2015

XVI. El final previsto


Alejandra tachó de nuevo y se revolvió el pelo frenéticamente. Un grito nervioso y desbordado retumbó en su garganta. Arrugó la hoja y la lanzó a la montaña de papeles que habían rebosado ya de la papelera y salpicaban el suelo del último piso del último bloque de la avenida. Desde la ventana se observaba el paisaje urbano en toda su plenitud, nada inspirador, pensó.
- No, no Jack, ¿por qué me haces esto? - Andaba entre la marea de papeles arrugados
buscando una idea. - Este trabajo no me deja ser creativa, yo no nací para seguir indicaciones, ¡yo soy artista…! - Un suspiro profundo inundó la habitación. - Los editores… Los críticos.- otro suspiro lastimoso hizo crujir la madera. Alejandra debía terminar su capítulo a tiempo, pero no le resultaba agradable atenerse a las estrictas normas y modificaciones caprichosas del editor y demás especialistas en literatura. La joven escritora no soportaba la idea de que estos señores, a pesar de ser completamente ajenos a su obra, no cejaran en su empeño de inmiscuirse en sus líneas y meter los dedos para destripar a sus personajes. 
- Esto no funciona: Jack es mezquino, retorcido; la idea original era acabar con él, no puedo salvarlo ahora. Mierda…-
De pronto sonó el timbre: inoportunas visitas. Las visitas siempre te hacen esas preguntas sin respuesta, cuestiones acerca de tu futuro real como escritora mientras miran a su alrededor y enumeran las múltiples pelusas que se amontonan bajo los muebles.
 Alejandra se dirigió a la puerta.
Era Jack.
Ella retrocedió, sin tiempo de asimilar la situación, pero no pudo evitar que el personaje la empujara hasta arrinconarla contra la pared.
- Eres una pequeña zorra. – Jack estaba muy cerca, clavó sus ojos en los de la escritora, como si con ellos pudiera infligir dolor. Fríos, contaminados de crueldad, igual que el cielo urbano, justo como ella los había descrito. – Dime, ¿qué es lo que yo te he hecho? ¡Dime! – Las venas de su cuello se inflamaban cuando hablaba - ¿Por qué quieres acabar conmigo, acaso no soy como, como… tu hijo? – Jack estaba peligrosamente cerca, dejà vu,  igual que en el libro, peligrosamente cerca de Minnie. Me matará a mí también, pensó Alejandra.
 - N no… no acabaré contigo. – Tartamudeó la escritora. –Era la idea original, pero, pero la descarté, te lo aseguro.-
- Bien.- y su sonrisa la atemorizó más aún de lo que lo habían hecho sus ojos. – Bien. – Susurró de nuevo muy bajito, acercando mucho más sus labios a su oído. Espeluznante. – Me quedaré contigo, te haré compañía, seré el protagonista. ¡Cambiemos la historia Alejandra! Ella será la malvada, ella; esa puta no se merece tantas páginas, tantas palabras… ¿por qué la escogiste a ella? – Alejandra no podía respirar, la montaña de hojas arrugadas casi la tenía sepultada; su antagonista, rebelado, ¿hasta qué punto pensaban que podían seguir manipulando su novela? Se acordó del señor Unamuno. Ahora sabía lo que él había sentido cuando Augusto se presentó en su estudio. Pero ella era aún la autora y la autoridad seguía residiendo en sus manos, se intentaba auto convencer. ¿Qué podía hacer? ¿Empujarlo por la ventana? ¿Apuñalarlo? ¿Un ataque al corazón? Tenía que exterminarlo, eliminarlo de alguna manera, así que decidió acabar con todo.
Agarró un mechero del cajón y prendió, en un arrebato, desde el primer capítulo hasta el último y, poco a poco, fueron quemándose todas las hojas arrugadas: las del suelo, las de la papelera, las del escritorio, incluso las que aún no estaban redactadas ni se redactarían nunca. Las llamas trepaban con entusiasmo las estanterías que con tanto esfuerzo Alejandra había llenado de clásicos: la narratología de Genette se atragantó de humo, las estructuras de Propp se desmoronaron, en la habitación propia de Woolf también se incendiaron las cortinas y el empapelado comenzó a ennegrecerse hasta quedar reducido a cenizas. Derrida exhaló su última carcajada triunfante, pues no solo todo se calcinaba, sino que se iba deconstruyendo irremediablemente. Y Alejandría pareció arder por segunda vez en el último piso del último bloque de la avenida…

- Por Virginia F. S.
En Érase... un momento ©

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