Era
ya entrada la media noche y sus ojos brillaban en el rayo de luna. Sabía que su
sábana no servía como trinchera pero era lo único que tenía a su alcance. Papá
y mamá dormían, ellos quizás no tenían qué temer. La había visto, eso creía, a
lo mejor había sido un sueño.
-
Tenía el cabello largo y rizado, más bien despeinado, teñido por la sangre
joven de sus víctimas. Silencio de arlequín en su piel y labios entreabiertos,
sedientos e insaciables. Vendrá a por los niños, la envidia ha podrido su
compasión…-
-
¡Cállate!- Le había gritado a su hermana.
-
¿Qué ocurre? Me pediste una historia de terror.-
El
chico había fruncido el ceño y haciéndose el valiente echó a su hermana de la
habitación.
-
No estoy asustado, es solo que no sabes contar cuentos de miedo. Además, tengo
sueño…-
-
Como quieras, buenas noches.-
Y
las sombras que proyectaba la lamparita murieron en la oscuridad.
Ahora
todo era silencioso, demasiado quizás…recordaba una y otra vez las palabras de
su hermana, vagaban por su imaginación las imágenes de la seductora y gorgónica
dama del infierno. Aún quedaban pilas en su linterna de acampada; con paso
inseguro avanzó entre la espesura de la noche y atravesó el pasillo que lo
separaba de la habitación de sus padres, que le pareció, sin duda, más largo
que de costumbre, casi interminable. Mamá no estaba en la cama. Vio que la luz
del baño se escapaba bajo la puerta.
-
Papi…- musitó con suavidad, como hacía él para despertarle por las mañanas.
La
pálida luz de Selene hizo brillar, en un descuido, una hoguera de mechones
ensortijados que se derramaba por el borde de la cama y se fundían entre los
dedos inmóviles de su padre.
Virginia F. S.
En Érase... un momento