Alejandra
tachó de nuevo y se revolvió el pelo frenéticamente. Un grito nervioso y
desbordado retumbó en su garganta. Arrugó la hoja y la lanzó a la montaña de
papeles que habían rebosado ya de la papelera y salpicaban el suelo del último
piso del último bloque de la avenida. Desde la ventana se observaba el paisaje
urbano en toda su plenitud, nada inspirador, pensó.
-
No, no Jack, ¿por qué me haces esto? - Andaba entre la marea de papeles
arrugados
buscando
una idea. - Este trabajo no me deja ser creativa, yo no nací para seguir
indicaciones, ¡yo soy artista…! - Un suspiro profundo inundó la habitación. - Los
editores… Los críticos.- otro suspiro lastimoso hizo crujir la madera.
Alejandra debía terminar su capítulo a tiempo, pero no le resultaba agradable
atenerse a las estrictas normas y modificaciones caprichosas del editor y demás
especialistas en literatura. La joven escritora no soportaba la idea de que
estos señores, a pesar de ser completamente ajenos a su obra, no cejaran en su
empeño de inmiscuirse en sus líneas y meter los dedos para destripar a sus
personajes.
-
Esto no funciona: Jack es mezquino, retorcido; la idea original era acabar con
él, no puedo salvarlo ahora. Mierda…-
De
pronto sonó el timbre: inoportunas visitas. Las visitas siempre te hacen esas preguntas
sin respuesta, cuestiones acerca de tu futuro real como escritora mientras
miran a su alrededor y enumeran las múltiples pelusas que se amontonan bajo los
muebles.
Alejandra se dirigió a la puerta.
Alejandra se dirigió a la puerta.
Era
Jack.
Ella
retrocedió, sin tiempo de asimilar la situación, pero no pudo evitar que el personaje
la empujara hasta arrinconarla contra la pared.
-
Eres una pequeña zorra. – Jack estaba muy cerca, clavó sus ojos en los de la escritora, como
si con ellos pudiera infligir dolor. Fríos, contaminados de crueldad, igual que
el cielo urbano, justo como ella los había descrito. – Dime, ¿qué es lo que yo
te he hecho? ¡Dime! – Las venas de su cuello se inflamaban cuando hablaba -
¿Por qué quieres acabar conmigo, acaso no soy como, como… tu hijo? – Jack
estaba peligrosamente cerca, dejà vu, igual que en el libro, peligrosamente cerca
de Minnie. Me matará a mí también, pensó Alejandra.
- N no… no acabaré contigo. – Tartamudeó la
escritora. –Era la idea original, pero, pero la descarté, te lo aseguro.-
-
Bien.- y su sonrisa la atemorizó más aún de lo que lo habían hecho sus ojos. –
Bien. – Susurró de nuevo muy bajito, acercando mucho más sus labios a su oído.
Espeluznante. – Me quedaré contigo, te haré compañía, seré el protagonista.
¡Cambiemos la historia Alejandra! Ella será la malvada, ella; esa puta no se
merece tantas páginas, tantas palabras… ¿por qué la escogiste a ella? –
Alejandra no podía respirar, la montaña de hojas arrugadas casi la tenía
sepultada; su antagonista, rebelado, ¿hasta qué punto pensaban que podían
seguir manipulando su novela? Se acordó del señor Unamuno. Ahora sabía lo que él
había sentido cuando Augusto se presentó en su estudio. Pero ella era aún la
autora y la autoridad seguía residiendo en sus manos, se intentaba auto
convencer. ¿Qué podía hacer? ¿Empujarlo por la
ventana? ¿Apuñalarlo? ¿Un ataque al corazón? Tenía que exterminarlo, eliminarlo
de alguna manera, así que decidió acabar con todo.
Agarró
un mechero del cajón y prendió, en un arrebato, desde el primer capítulo hasta
el último y, poco a poco, fueron quemándose todas las hojas arrugadas: las del
suelo, las de la papelera, las del escritorio, incluso las que aún no estaban redactadas
ni se redactarían nunca. Las llamas trepaban con entusiasmo las estanterías que
con tanto esfuerzo Alejandra había llenado de clásicos: la narratología de
Genette se atragantó de humo, las estructuras de Propp se desmoronaron, en la
habitación propia de Woolf también se incendiaron las cortinas y el empapelado
comenzó a ennegrecerse hasta quedar reducido a cenizas. Derrida exhaló su última
carcajada triunfante, pues no solo todo se calcinaba, sino que se iba
deconstruyendo irremediablemente. Y Alejandría pareció arder por segunda vez en
el último piso del último bloque de la avenida…
- Por Virginia F. S.
En Érase... un momento ©
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