Ya
hacía mucho que Morfeo la odiaba, apenas pasaba ya a verla por las noches, era
raro escucharla respirar al compás de los sueños. Todo era silencio, los niños
habían enmudecido por fin, todo era serenidad. Todo menos ella. Su imaginación
era caprichosa y le hablaba de cosas que no quería escuchar. Había ocurrido
todo tan rápido, en remolino, como si un violento huracán hubiera arrasado su
vida. Ahora todo en ella era desorden, incomprensión, confusión y terror, sobre
todo terror. Ya no había portazos, ya no había gritos, reproches, insultos,
desprecios, amenazas, chantajes… ¿Por qué seguía escuchándolos? ¿Por qué
estaban ahí, martilleando su mente, extorsionándola hasta hacerla pedazos
inservibles? Pero las respuestas no estaban en ningún cajón, en los cajones
solo había pañuelos, un bolígrafo, algodones, pastillas, pastillas y pastillas.
No. La voz de aquel monstruo inmundo seguía sonando viva en sus oídos. De
pronto, un ruido la obligó a incorporarse, procedía de la calle; permaneció
inmóvil por cautela, por temor. Pero continuó el murmullo y la ansiedad de la
incertidumbre la condujo hasta la ventana del baño. El espejo reflejó su
perfil, bajo las ojeras y los vestigios del dolor se asomaba una belleza de
noche clara, los párpados, caídos por el peso de la desdicha, ocultaban sus
hermosos ojos, redondos, brillantes como el sol de primavera. Deslizó la hoja y
se asomó, con sumo cuidado a la ventana. ¡Él! ¡Era él! ¡Allí estaba de nuevo!
Trepaba por la fachada con una destreza sobrenatural. Con los ojos casi fuera
de sus órbitas y una sonrisa demoníaca, subía encapuchado, todo de negro,
dispuesto ¿a qué? ¡Matarla! A ella y después qué, después no lo sabía.
¡Grita!
Solo pudo gritar, indefensa, aterrorizada, asfixiada.
¡Despierta!
-
Solo
es un sueño. Shh, tranquila, todo está bien, estoy a tu lado. No te preocupes
mamá, siempre estaré a tu lado…
Su
hija, con la dulzura de una madre, acariciaba su pelo, que se había humedecido
de sudor frío.
~ Por Virginia F. S.
En Érase...un momento ©
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